Por Arlette Luévano Díaz
LA ENTREVISTA que Eduardo Antonio Parra concedió a El Universal bajo el título “Un libro no eliminará la violencia del país” (Confabulario, 10 de agosto de 2025) desató polémica en estos días. Sus declaraciones sobre la supuesta “invasión de la ideología” en la literatura provocaron tanto respaldo como rechazo. Pero más allá de las filiaciones que develó, me parece que da pie a seguir preguntándonos: ¿qué le pedimos hoy a la literatura y qué entendemos cuando hablamos de ideología, censura o libertad creativa?
Sobre el Escritor
EDUARDO ANTONIO Parra, nacido en León en 1965, es actualmente una de las voces más potentes de la narrativa mexicana. Su estilo, hábil y preciso, ha explorado lo marginal, lo erótico, la violencia y lo instintivo. Con títulos como Nostalgia de la sombra y Bajo el estigma de Dionisio, ha consolidado una trayectoria premiada dentro y fuera de México. Parra no proviene de la academia ni de la legitimidad institucional: se formó en la escritura misma, en territorios incómodos. Por eso sorprende que hoy, quien narró con crudeza los márgenes, se muestre tan reacio a aceptar las incomodidades que trae consigo la literatura contemporánea. Sin tratar de juzgar al autor, veo necesario detenernos en lo que su postura revela: una manera de entender la literatura que merece ser discutida.
La Dicotomía Ilusoria
EN LA entrevista, Parra afirma que la literatura “está siendo invadida por la ideología” y que “hay libros muy celebrados que tú los lees y no son literatura, son más ideología”. El señalamiento es tajante, pero ambiguo. ¿De qué hablamos cuando hablamos de ideología? Si la entendemos como la visión del mundo que inevitablemente atraviesa toda obra, no existe literatura sin ideología. Si la entendemos como programa político explícito, entonces surge otra discusión: qué ocurre cuando lo programático pesa tanto que aplasta lo estético. Allí hay un debate válido. Lo que no se sostiene es plantear la oposición de arte puro frente a ideología: la historia literaria demuestra lo contrario. La literatura no ha existido nunca sin tensiones políticas, sociales y culturales; pretender lo contrario es idealizar un pasado que nunca existió.
El Fantasma de la Censura
OTRO PUNTO polémico de la entrevista fueron los concursos con lineamientos temáticos. Parra cuestionó que una institución declare: “no se aceptarán textos que hablen de violencia contra las mujeres o donde se refleje racismo”. A su juicio, eso cercena la literatura de lo que ocurre en la calle. El argumento puede sonar convincente, pero simplifica la función real de estos certámenes. Nadie escribe únicamente para ganar un concurso, y ninguno define qué es lo que puede escribirse. Su función es promover ciertas escrituras, y en ese marco es legítimo que algunas instituciones elijan apoyar narrativas que cuestionen o transformen la violencia, en lugar de replicarla. Presentar esa diversidad como censura es como gritarle a una nube. Así como existen concursos de literatura infantil, de poesía mística o de narrativa erótica, también pueden existir los que eviten reproducir narrativas de violencia de género o racismo. Que haya convocatorias con estos criterios no significa censura universal, sino la coexistencia de diversas agendas culturales.
¿Reflejo o Pregunta?
PARRA TAMBIÉN sostiene que “la literatura no es catecismo para educar, es simplemente el reflejo de la vida cotidiana”. Tiene razón en que no debe reducirse a sermón, pero tampoco puede limitarse a ser un espejo pasivo. Reflejar no es solo duplicar la violencia: es interrogarla, distorsionarla, incluso imaginarla distinta. Si la literatura no enseña como catecismo, sí puede incomodar lo establecido y dudar de lo que parece natural.
Un Libro no Basta, Pero Tampoco es Inocente
LA FRASE que dio título a la entrevista es indiscutible en su literalidad: un libro no eliminará la violencia del país. Pero usada como argumento, descalifica proyectos que buscan visibilizar y conmover frente a esa violencia. Es cierto, la literatura no sustituye políticas públicas ni justicia, pero puede alterar la sensibilidad colectiva, abrir posibilidades ante la indiferencia, sembrar preguntas. Negar esa capacidad equivale a ignorar cómo obras de distintas épocas han acompañado luchas sociales.
La Autoridad Como Refugio
EL MOMENTO más débil del discurso de Parra es cuando recurre a la autoridad generacional. “Afortunadamente estoy viejo y hay algo de respeto”, dice, y acusa a editores jóvenes de “ya no saber gramática ni sintaxis”. Aunque puede interpretarse como un gesto de soberbia, refleja también un problema real: la enseñanza de la lengua ha perdido espacio en los planes escolares. Aun así, lo que plantea no es una crítica al estado de la enseñanza, sino una descalificación generacional. En lugar de abrir el debate sobre la formación de editores y escritores, lo clausura. Este gesto revela menos un interés por la calidad que la defensa de un canon que pierde hegemonía.
La Pregunta Abierta
LA DISCUSIÓN que se desprende de la entrevista no debería reducirse a si la literatura es arte sin compromisos o vehículo de propaganda. Hay que ir más allá: ¿qué esperamos de ella hoy? Si la confinamos a un arte que presume neutralidad, la convertimos en objeto banal. Reconocer que siempre ha estado atravesada por ideología, tensiones, memorias y heridas nos permite entenderla como lo que es: un espacio donde la belleza convive con la incomodidad y donde se ensayan preguntas que la política no resuelve.
UN LIBRO no eliminará la violencia del país, es cierto, pero sí puede cambiar la manera en que la miramos. Su fuerza radica en nombrar lo que preferimos callar, en hacer visible lo que la política o la costumbre buscan ocultar o naturalizar. La verdadera pregunta no es cómo librarla de la ideología, sino cuál estamos dispuestos a aceptar como motor de nuestras palabras. ¿No es más honesto asumir esa responsabilidad que refugiarse en una supuesta libertad artística?