Por Arlette Luévano Díaz

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Pilar Ramos, directora del Centro de Artes Visuales de Aguascalientes (Foto: UAA TV)

ESTE LUNES vi por casualidad un video que me dejó perpleja. Se trata de una entrevista transmitida por UAA TV, en el programa El oficio del artista, donde Pilar Ramos, actual directora del Centro de Artes Visuales de Aguascalientes (CAV), compartió su visión sobre el estado actual del arte en la ciudad. La entrevista había pasado desapercibida desde su estreno en noviembre de 2024, pero recientemente comenzó a circular en redes por una razón preocupante: en ella, la funcionaria expresa con claridad una visión excluyente, clasista y gerontofóbica sobre la educación artística pública.

EN UN MOMENTO de la entrevista, Ramos señala que, tras la pandemia, ha sido muy difícil “quitarle al CAV el enfoque terapéutico”. Cito: “Yo digo: aquí no es terapia, no somos especialistas, vayan con un psicólogo o un psiquiatra”. A esto se suman otras declaraciones igualmente graves: “Hay mucha gente jubilada… llegan con la idea de ‘ahora sí voy a hacer lo que siempre quise’. Pero tenemos problemas porque son como adolescentes”. Y aún más reveladora: “Ellos sólo quieren pintar y hacer amigos”.

¿DESDE CUÁNDO el deseo de pintar y hacer amigos deslegitima a alguien como participante de un centro cultural? ¿Desde cuándo acompañarse en la tristeza, crear algo bello o compartir un pan y una conversación entre personas afines es un obstáculo para el arte? Si algo deja en evidencia este discurso no es sólo la falta de empatía, sino una concepción profundamente limitada del arte como bien público.

La Incomodidad Frente a la Vejez, la Enfermedad y la Tristeza

ADEMÁS, EN otro momento de la entrevista, la directora se refiere a una persona mayor que asiste al CAV con tanque de oxígeno, y comenta: “Tiene 84 años. Él dice: ‘Quiero morir en el escenario’. Y yo pienso: ‘Pero no aquí, por favor. No me hagan esto’”. También señala que “la mayoría están deprimidos, melancólicos, medicados” y que los profesores le preguntan qué hacer con “un psicótico” o “una señora iracunda”.

ESTAS PALABRAS no sólo carecen de compasión; exhiben una visión despectiva de la vejez, de la salud mental, de la diversidad humana. Dejan ver una incomodidad con todo aquello que no encaja en una idea estrecha de lo artístico, como si la vulnerabilidad de las personas las hiciera menos dignas de participar en un taller o de ocupar un lugar en una sala.

El Arte no es un Privilegio, es un Derecho

LA EDUCACIÓN artística no está reservada para quienes aspiran a profesionalizarse. Tampoco es un privilegio juvenil. Crear, imaginar, expresarse, encontrar comunidad: todo eso también es arte. Y eso también es salud. Muchos de los comentarios que surgieron en redes tras esta entrevista lo expresaron con claridad…”: “El arte alimenta el alma”, “los centros culturales son para todos, sin etiquetas ni distinciones”. El problema no es que haya personas mayores queriendo hacer arte. El problema es que desde las instituciones se vea eso como un problema.

DECIR QUE alguien va a un taller “sólo por terapia” no descalifica al asistente: descalifica a quien emite el juicio. Porque no ha entendido que el arte, además de formar, también cuida. Que no es un filtro de admisión, sino un puente. Que un centro cultural no es una escuela de élite, sino una mesa donde cabemos todos.

No es un Caso Aislado: el Problema es Estructural

QUIENES HAN trabajado en la promoción cultural en Aguascalientes saben que esta no es una declaración aislada. Es el síntoma de un problema institucional más profundo: la ausencia de una política cultural clara, incluyente y comprometida con el bien común. Como comenté cuando compartí mi sentir en redes: no se trata sólo de cambiar nombres, sino de revisar con seriedad los criterios con los que se elige a quienes encabezan estos espacios, su formación, su sensibilidad, su capacidad para escuchar y convocar. La cultura no se administra como una oficina más: requiere ética, visión y cercanía con las comunidades a las que se debe.

Política Cultural y Responsabilidad Pública

PORQUE SÍ: el arte no tiene partidos, pero la administración cultural sí, y en Aguascalientes hoy lo estamos viendo con claridad. La alianza política que sostiene esta gestión ha sido ampliamente cuestionada por su falta de sensibilidad y su visión excluyente. La administración de la cultura implica decisiones políticas sobre a quién se nombra, qué se programa, dónde se invierte el presupuesto y qué concepción de cultura se defiende. Cuestionar eso no es partidizar el arte: es ejercer ciudadanía y defender lo público como un derecho, no como un botín.

Cambiar la Lógica, Cambiar el Enfoque

TAMBIÉN VALE decirlo: a estas alturas no se trata sólo de denunciar una frase o una figura, sino de reconocer que estas declaraciones encarnan una visión preocupante que persiste tanto en nuestras instituciones como en otros espacios cotidianos. Una visión que define la legitimidad de los cuerpos según su productividad o su funcionalidad, y que reduce el arte a un privilegio de pocos. Cambiar esa lógica es parte del trabajo cultural que nos toca.

Repensar el Arte y lo Público

SI DE VERDAD queremos espacios culturales más justos y abiertos, empecemos por reconocer el valor de todas las vidas, en todas sus formas y etapas.

QUEDA ENTONCES hacer preguntas necesarias: ¿qué perfil deberían tener quienes dirigen los espacios culturales del estado? ¿Qué modelo de educación artística defendemos? ¿Queremos formar sólo artistas “profesionales” o también mejores ciudadanos, más sensibles, más empáticos, más vivos?

EL ARTE no tiene por qué curar, pero a veces lo hace. Y si en este momento de crisis social, subjetiva y simbólica las personas buscan en el arte un lugar para estar mejor, para acompañarse, para crear algo suyo, ¿cómo podría eso considerarse un fracaso?

AGUASCALIENTES NECESITA una política cultural amplia, sensible y plural. Que no cierre puertas, que no ridiculice, que no excluya. Que entienda que los espacios culturales no se construyen desde el control, sino desde la empatía.

EL ARTE no clasifica. Convoca. Nos recuerda que lo humano es múltiple, vulnerable y valioso en todas sus formas. Esa verdad, tan sencilla y tan poderosa, exige una estructura cultural que esté a la altura. Repensar el estado actual de nuestras políticas y espacios culturales no es una opción, es una tarea impostergable si aspiramos a que la cultura pública cumpla su función: ser espacio de encuentro, de transformación y de dignidad compartida.