Por Monserrat Vázquez

Andrés Manuel López Obrador, por la transformación (Foto: Archivo/ Cuartoscuro)

Andrés Manuel López Obrador, por la transformación (Foto: Archivo/ Cuartoscuro)

EL PASADO primero de Mayo, el gobierno de López Obrador entregó el Plan Nacional de Desarrollo donde, entre otras cosas, contempla un crecimiento económico del 4%. José Ángel Gurría, secretario General de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) sostuvo que esto es posible y que incluso es también factible alcanzar un crecimiento del 6% al final de la administración, pero los resultados serán paulatinos y para lograrlos, se precisa de crecimiento económico sostenido donde México tenga una disciplina fiscal, estabilidad política y social y finanzas públicas sanas, para finalmente derivar en una política económica innovadora. Considero que aquí podríamos puntualizar en los conceptos.

AMLO HA dejado muy claro que no desea desempeñar un papel reformista sino transformador. Uno de los objetivos al final de este sexenio y al que el presidente se refiere cuando habla de apartarse del modelo neoliberal, es precisamente superar la subjetividad burguesa, colonial y corrupta ante la simple modificación del marco jurídico pero en el fondo derive en la continuidad de régimen. En diversas ocasiones Von Hayek (padre del neoliberalismo) sostuvo que la economía no tiene que ver con la ética, y para este gobierno, no hay nada más equivocado. El reformista cambia unas cosas dentro del conjunto de leyes, pero no hay una vicisitud de fondo; el revolucionario cambia todo de fondo históricamente durante un periodo relativamente corto de tiempo; el transformador modifica el deber ser de las cosas pensando en un cambio profundo a futuro, y no es lo mismo ser reformista, revolucionario o transformador. Para que la transformación ocurra, debe hacer una serie de aspectos esenciales que precisamente permitan esta reestructuración paulatina, pero sobre todo permanente, y esto inevitablemente requiere de apartarse de la subjetividad burguesa y hacer un reconocimiento histórico de esa parte privilegiada de la sociedad.

EL PERIODO de transición no ha terminado, y aún muchos caen en la ingenuidad de creer que romper con setenta años de un régimen autoritario y violento (que en pocas ocasiones tomó en consideración al pueblo sería algo simple), no lo es. Hace cinco meses que AMLO fue elegido con una participación histórica y hasta la fecha, no ha pasado un día sin que la nueva “oposición”, lejos de esforzarse en analizar las distintas dinámicas de cambio político y socioeconómico, se vean rebasados por los zapatos que tenga el presidente. La retórica de la derecha, más que oxidada o divergida, sigue inexistente; sin embargo, es importante establecer un diálogo nutrido y participativo que represente verdaderamente las inquietudes de la sociedad; no obstante, la discusión sigue enfrascada en clasismos invertidos, el “jovenear” las nuevas ideas y seguir lamentándose la apabullante derrota. Mientras, México aún tiene asignaturas pendientes. Es necesario fortalecer el mercado interno, el incremento salarial, el empleo. Faltan 80 universidades por construir, los alumnos aceptados están siendo atendidos en espacios alternativos pero no existe fecha para que puedan asistir a los planteles, hay recomendaciones del Comité de Derechos Humanos de la ONU en cuanto a mantener el mando civil en materia de seguridad y sigue pendiente la prohibición de adjudicaciones directas. El andamiaje se sigue modificando, y es responsabilidad de todos vigilar el quehacer público y político.

HAY UN párrafo bastante adecuado ante esta discusión, y ahora que Karl Marx se ha vuelto a poner de moda, me voy a permitir citarlo: “La teoría materialista de que los hombres son producto de las circunstancias y la educación, y de que, por tanto, los hombres modificados son producto de circunstancias distintas y de una educación distinta, olvida que las circunstancias se hacen cambiar precisamente por los hombres y que el propio educador necesita ser educado”.