Por Adrián Gerardo Rodríguez Sánchez*

Los generales Lázaro Cárdenas y Miguel Henríquez Guzmán ya habían propuesto en su momento la Guardia Nacional, como parte de una profunda reforma militar

Los generales Lázaro Cárdenas y Miguel Henríquez Guzmán ya habían propuesto en su momento la Guardia Nacional, como parte de una profunda reforma militar

LA CRISIS de la política estatal en la que entró México desde hace varias décadas se puede resumir en su falta de capacidad de incorporar los sueños y dudas de la gente al ámbito de lo público. En otras palabras: de convertir la política en el platillo cotidiano de las personas. Norberto Lechner diría que la brecha se debía a la ausencia de procesos o canales para sumar la “subjetividad” a la política. En nuestro país, separar la política de la vida cotidiana solo benefició a los negocios neoliberales y a cierta izquierda que sigue tildando al Estado de ser el culpable de todos los males, cuando realmente, para millones, es la única esperanza ante “la mano invisible del mercado”.

LA DECISIÓN anunciada hace un par de días, de dar al proyecto de la Guardia Nacional un mando civil para incorporarlo a la Secretaría de Seguridad Pública y Protección Ciudadana y no la Secretaría de la Defensa Nacional (como se había diseñado originalmente), no sólo suma un contrapeso más a un tema urgente pero abominable para unos (por el uso de elementos del ejército en tareas de seguridad). Es también un gesto de honestidad del nuevo gobierno ante aquellos que representa, votaran o no votarán por él, y salvar con ello la distancia entre la gente y la política.

DE ESTA forma, el proyecto de la Guardia Nacional (propuesta desde 2017) se materializa gracias a un consenso de diversos actores. Desde las voces que el Ejecutivo recogió entre cientos de pueblos a lo largo del país en sus giras de campaña y la experiencia de José Manuel Mireles en su formación de autodefensas en Michoacán, hasta aquellas de las esferas políticas municipales, estatales y académicas, expresadas en las Audiencias Públicas abiertas en el Poder Legislativo durante la semana pasada (en un ejercicio sin precedentes, aunque extrañamente sólo se abocaron a discutir un punto de los ocho que componen la estrategia del Plan Nacional de Paz y Seguridad del gobierno).

SEGURO NO todos los actores han quedado satisfechos, pero de esto se trata la política: de dialogar, dirimir diferencias y acordar. Lo que es un hecho es que las voces insatisfechas han hecho poco para incorporar a su análisis la historia de nuestro país. Como lo ha mostrado recientemente el compañero historiador Francisco Estrada Correa en varios artículos, la figura de la Guardia Nacional ya había sido propuesta en su momento por los generales Lázaro Cárdenas y Miguel Henríquez Guzmán como parte de una profunda reforma militar. Las funciones primordiales que estos dos personajes soñaron para su Guardia Nacional se asemejan a la que está a punto de aprobarse en el Congreso: desmilitarizar al México de entonces, reconociendo los derechos civiles de los miembros del ejército de cuestionar mandatos que atenten contra su dignidad humana (por ejemplo una orden de represión al pueblo), dándoles un marco jurídico para actuar con consecuencias penales y con ello coadyuvar al desarrollo de la democracia y pacificación de un país sumido en la violencia.

ME EQUIVOQUÉ en algo. En política no basta con dialogar, dirimir y acordar. Hacen falta aquellos elementos “subjetivos” que la oposición política de hoy aborrece, quizá porque son ejes de la transformación en marcha: “voluntad”, “entusiasmo” “patriotismo”. ¿Los integrantes del ejército cuenta con ellos? Doy una pista: ¿alguien recuerda las banderas nacionales izadas de cabeza en varias ciudades de México después de que el candidato republicano de Estados Unidos, Donald Trump, visitó Los Pinos en 2016?

* Historiador