Humo

Por Lenina Nereida Ortiz García

“…nos entretenía ver cómo brotaba el agua formando bolitas de tierra que parecían girar”

“…nos entretenía ver cómo brotaba el agua formando bolitas de tierra que parecían girar”

HACE CUÁNTO tiempo que vivimos en este pueblo… recuerdo cuando era niño, cada verano disfrutado al máximo. Todos los días le avisaba a mi mamá que ya me iba con Julián al cerro a jugar, y ella ligeramente sentenciosa me pedía que fuera con cuidado.

ME LEVANTABA muy temprano, almorzaba con mi abuela que estaba siempre en la cocina tomando café con su peculiar aroma que impregnaba toda la estancia hasta el jardín, donde regularmente se encontraba mi abuelo fumando, sentado en un banco de madera, sabrá dios qué cosas pasaban por su mente, pero siempre estaba meditabundo, rodeado de humo, era una mezcla de aromas que danzaban por toda la casa. Mi abuelo alzaba su mano y pesada la dejaba caer en mi cabeza, sin decirme nada.

ME IBA con Julián a jugar y ya íbamos, ya veníamos, con una ramita de mezquite en cada mano, golpeando arbustos y piedras. Del cerro regresábamos por donde pasaba la acequia, luego la seguíamos caminando entre álamos, en las partes más estrechas, la brincábamos de un lado a otro; algunas veces había señoras lavando la ropa y furiosas nos gritaban si por algún brinco descuidado les tirábamos el jabón. En el camino llegábamos a una tienda donde le vendíamos frijol a Doña Chuya, del que robábamos a mi abuela de un costal que estaba en la cocina, lo vendíamos para poder pagar la entrada al “Ojo de Agua”, de donde provenía la acequia.

OBSERVÁBAMOS EL fondo del agua un rato, nos entretenía ver cómo brotaba el agua formando bolitas de tierra que parecían girar. Después nos metíamos a nadar y nos gustaba pisar las bolitas, se me eriza la piel sólo de recordar el cosquilleo en los pies, pues en unas salía agua muy fría y en otras caliente. Casi todas las tardes llovía pero nosotros ignorando que se empezaba a nublar, nadábamos incluso con la lluvia. Salíamos corriendo de regreso a nuestras casas cuando estaba lloviendo muy fuerte, descalzos y mojados, entre más tronaba el cielo más rápido corríamos ni las piedras del camino terregoso sentíamos en los pies.

YA LLEGABA yo a la cocina, brincando de frío, haciendo alboroto y gritaba mi abuela a mi madre aprovechando el significado de su nombre: “¡Socorro! Calma a tu crío que no para de correr en la cocina, me va a tirar los trastes de la mesa”, y yo reía a carcajadas, “tengo frío, tengo frío!, por eso corro, abue”. Mientras mi abuelo sentado en su silla de madera junto a la mesa observaba el alboroto lanzando bocanadas de humo del cigarro. De pronto el humo iba cubriendo la cocina por completo, no es sólo el cigarro, algo se quema en la estufa, todos tosemos se vuelve negro mi alrededor y se alejan las voces que gritan, mi madre, mi abuela, el abuelo, yo corriendo.

EL HUMO se extendió por toda la cocina hasta salir al patio, se prolongó hasta la calle y el camino terregoso se empezó a extender, se vuelve gris, escucho el tráfico de los autos entre los edificios, un mesero viene hacia mí. Le pregunto si venden cigarros, asiente y menciona su repertorio de marcas, se aleja nuevamente, quiero regresar a esa cocina pero no puedo, el recuerdo terminó.