El Hombre Muerto

Por Lenina Nereida Ortiz García

Sembrador a la puesta del sol, de Vincent van Gogh

Sembrador a la puesta del sol, de Vincent van Gogh

EXISTIÓ UN hombre que no conocía el sol, todas las mañanas salía y caminaba de espaldas a él siguiendo los pasos de su sombra. Por las tardes después de trabajar, en el ocaso, caminaba dando la espalda al sol, nuevamente siguiendo la sombra de sus pasos. Así, todos los días, sin siquiera mirar atrás.

ESE SOY yo, una persona fragmentada que sale del trabajo una hora después del horario establecido sin cobrar horas extra. Soy el hombre que llega a la casa y se echa en el sofá, a mis espaldas mi mujer grita y no entiendo qué dice, estoy ensordecido, mi cerebro está hinchado, mi visión es borrosa, sólo puedo ver la cercanía por donde camino, lo demás se difumina. Es triste, pero me veo en la necesidad de habitar este cuerpo que es apenas nada pero pesa como un yunque. Tengo dos hijos que no conozco, pero sé que les proporciono el dinero suficiente para ir a la escuela y comer todos los días. Mi esposa también es una desconocida, no recuerdo ni su nombre, pero ahí está todas las noches esperándome.

TODAS LAS tardes camino de espaldas al sol, en mi avanzar observo que brilla en el rostro de la gente, apenas puedo distinguir sus rasgos, son siluetas de luz. Yo no puedo verme a mí mismo, mi espalda debe brillar como ellos, entonces soy una silueta más entre los transeúntes, pero yo sólo veo la sombra de mis pasos.

CAMINO POR la misma avenida todos los días, veo a las mismas personas, el anciano que pide limosna y permanece inmóvil, petrificado, y de vez en vez menea el vaso de plástico que produce un tintineo seco con dos o tres monedas. Hay una mujer que padece de sus facultades mentales sentada en una banca, habla mucho, pero es imperceptible lo que dice, siempre me mira y balbucea, a lo mejor me advierte de la sentencia del sol, por ignorarlo tanto tiempo.

YO NACÍ a las 6:00 pm, justo cuando el sol empieza a esconderse, entre azul y buenas noches, y todas las tardes al salir del trabajo renazco. Siempre me pregunto por qué dejé de aprender inglés, porqué dejé de estudiar, me veo tan lejano de esas motivaciones que me da pereza recordar esa lejanía. Cuando conseguí ese trabajo pensaba que era temporal, y cada día me preguntaba cuánto tiempo tendría que seguir ahí para darme cuenta de que debía salir.

SIGO CAMINANDO hasta llegar al puesto de dulces de una señora, a su lado hay un poste con un cartel decolorado que dice “Yo creo en la equidad de violencia de género”, “los hombres también necesitamos ayuda”, no sé qué significa exactamente. Más abajo hay otro papel un poco más reciente en el que se expresa en letras grandes “Ama la vida”. Tengo un afán morboso por seguir los suicidios, al parecer se suicidan más hombres que mujeres, cincuenta y cinco, sesenta, setenta, noventa, cien… Un día pensé que no podía más con este cuerpo, que en el primer árbol que encontrase me ahorcaría, pero ese día, por azares del destino, me encontré con un desconocido que trató de consolarme y quitar el yunque que tenía atado a la espalda.

Y CONOCÍ su llanto, el tan esperado llanto, después de tantos años de sequía. Me dijo que la última vez que lloró fue en el funeral de su hermano y después de eso no había mayor dolor que le provocara el llanto, hasta ese día que permaneció conmigo. Las lágrimas desconocidas reventaron sus pulmones, expulsaron sollozos por todo el rostro. No bastaban los ojos, no bastaba la boca ni la nariz, no bastaban los poros, rezumaban llanto. Yo aguanté estoicamente, verlo me enfermó la mente, pero no podía hacer nada.

NUNCA ANTES me sentí tan inútil, tan inútiles mis palabras. Mi mano que trataba de calmarlo acariciando su nuca, era solo un soplo de viento. Me sentí nada, un vacío, un recipiente a su lado. Miré al cielo y a las aves que buscaban arrullo en un árbol. Enjugué un par de lágrimas que se escaparon y tragué la saliva contaminada que quería salir con el llanto. Él no se percató, estaba ocupado ahogándose, eso me alivió por un segundo, qué hubiera pensado el pobre si le dijera que las almas también lloran, no se trataba de añadir más agua a su río descontrolado.