Un Bosque y una Conversación

Por Carlos Alberto Sánchez Villegas

Bosque, Paul Cézanne, circa 1904

Bosque, Paul Cézanne, circa 1904

HAS SENTIDO que todo da vueltas después de un duro golpe en la cabeza, así lo sintió aquel viejo leñador cuando se encaminaba a través del bosque a realizar sus tareas. El golpe fue brutal no le dio tiempo ni de moverse un centímetro, aquella rama golpeó sobre su rostro dejándolo inconsciente y sin saber de él mismo. La liebre a la que intentaba dar caza lo hizo correr varios metros y cuando parecía que iba a caer en sus manos aquella pesada rama se interpuso en su camino.

CUANDO DESPERTÓ se encontraba bajo aquel techo desconocido, el fuego ardía en la chimenea y en una mecedora que crujía con el movimiento se encontraba un anciano, se veía fuerte, aunque de avanzada edad y sus ojos reflejaba una tristeza y el pasar de muchos años. El viejo ante la incredulidad del leñador sólo le dijo que lo encontró tirado en el bosque sin saber qué es lo que le había pasado, pero a juzgar por las marcas que tenía en la cara lo más seguro es que se había dado un gran golpe en la cabeza.

LA CENA fue algo callada, el leñador siempre había sido muy desconfiado de todas las personas, además le molestaba saber que alguien más vivía en las entrañas de ese bosque y él nunca lo había detectado. La cabaña era algo sencilla, lo que más destacaba en ella era la chimenea que se apoderaba del centro de la misma. En la cocina destacaba el olor del café y un viejo molino para el grano que despedía un intenso olor a esta bebida, de hecho, este olor inundaba toda la vivienda generando una agradable sensación para el invitado de ese momento.

EL ANCIANO se levantó y lo invitó a tomar una taza de café a la entrada de su casa, mientras ellos bebían el aroma de los árboles, el cantar de los pájaros y la luz del ocaso tomaban protagonismo en aquella escena. Durante largas horas el viejo habló sobre la soledad, la vida, el encerrarse en sí mismo, y en las ventajas que se tiene al vivir solo, para uno. El leñador se quedó maravillado ante tanta sabiduría, las horas del sueño llegaron, pero ellos no entraron a los aposentos a descansar sino ya muy avanzada la madrugada.

AL DÍA siguiente llegó la hora de la partida, una última taza de café y otras tantas enseñanzas por parte del anciano fueron las despedidas. El leñador tomó el sendero a su casa hasta muy entrada la mañana, en verdad no se quería ir tan rápido pero el mundo no se puede detener cuando uno lo desea. Cuando llegó a su solitaria morada comprendió que aquel asunto de la soledad no era algo tan malo, y saludó con gran entusiasmo a aquellos perros de caza que le hacían compañía en su casa.

PASÓ EL tiempo y las estaciones, el leñador salía cada día a realizar sus labores y a disfrutar del bosque, en ocasiones se sentaba con un tabaco en la mano a escuchar el sonido de la naturaleza y de todo aquello que lo rodeaba. Pensaba mucho en aquella velada que pasó con el anciano del bosque y de todas las palabras que le regaló para su vida, pero nunca había intentado irlo a buscar nuevamente, tal vez no era el tiempo de hacerlo, pero se juró encontrarlo en la mejor ocasión.

PASARON VARIOS años y una mañana el leñador salió al bosque sin su herramienta dispuesto a encontrarse con su viejo amigo, había guardado la ubicación de la cabaña en su corazón y se encaminó hacia ella con un paso lento pero preciso. Al llegar a donde tendría que estar la morada su incredulidad no se hizo esperar, en ese lugar no había nada, en medio del lugar sólo destacaba un gran sauce que reflejaba el paso de los años en su estructura. El leñador volvió a casa sin nunca comprender qué es lo que había sucedido en aquella noche, pero a pesar de eso él sentía todo tan real. En fin una vez a la semana iba a visitar al anciano sauce, llevaba siempre consigo un buen tabaco y termo con café para sentarse a la sombra de aquel viejo y abandonarse a la reflexión.

* Historiador, fotógrafo, escritor y amante de las letras, dame una palabra y te dedico un verso