Del Olvido al Rescate: El Altar de Dolores en Aguascalientes

Por Vicente Agustín Esparza Jiménez

Las personas rezaban y socializaban ante el altar en los “incendios” del viernes de Dolores, aunque cuando se salían de control para la Iglesia eran lugares “donde se enciende con la ira, la gula, la trasgresión del precepto de ayuno, el incendio de la carne para depravadas operaciones”; imagen tomada de la revista Arqueología Mexicana, Vol. XV-Núm. 90

Las personas rezaban y socializaban ante el altar en los “incendios” del viernes de Dolores, aunque cuando se salían de control para la Iglesia eran lugares “donde se enciende con la ira, la gula, la trasgresión del precepto de ayuno, el incendio de la carne para depravadas operaciones”; imagen tomada de la revista Arqueología Mexicana, Vol. XV-Núm. 90

EL MONTAJE del altar dedicado a la Virgen de los Dolores en casas habitación de los vecinos de Aguascalientes inició cuando menos desde el siglo XVII y se olvidó a principios del XX. En la actualidad el Museo Regional de Historia, por el impulso de su director el licenciado César Darío Menchaca y su equipo de colaboración montan el altar con el fin de rescatar tradiciones religiosas que con el tiempo se fueron perdiendo. Únicamente contamos con la memoria, huellas o restos del pasado de esos mencionados altares, por ejemplo, documentos, periódicos, crónicas, pinturas y esculturas.

EL PRIMER altar, aunque no consagrado a la Virgen de los Dolores, que se montó en la Nueva España fue durante la cuaresma en 1519 y fue obra del mercedario Fray Bartolomé de Olmedo, quien acompañaba a Hernán Cortés en la conquista militar y espiritual, como lo recordó el soldado Bernal Díaz del Castillo: “se puso en el altar la santa imagen de nuestra Señora y la cruz, la cual todos adoramos”. Posteriormente, en el siglo XVII la devoción por la Virgen de los Dolores y su altar fue impuesto por el jesuita José Vidal. Desde entonces se hizo costumbre que el viernes de Pasión o el sexto viernes de Cuaresma las familias mexicanas montaran el altar, pero se cree que los primeros que lo hicieron en casas hogar fue la élite con el fin de no mezclarse en los templos con los indios, negros, mulatos y gentes pobres. A la postre se popularizó en los barrios del centro y la periferia de las ciudades, así como en las villas de la Nueva España, pues era considerada la patrona de los hogares.

SI BIEN es cierto que la presencia de la Virgen de los Dolores en Aguascalientes no se compara con la de Guadalupe o la del Rosario, ya desde la época virreinal la parroquia de la villa contó con un altar y lo mismo el Convento de San Diego. Además, a principios del Siglo de las Luces varios obispos de Guadalajara perteneciente al reino de la Nueva Galicia alentaron la devoción y conmemoración por la imagen con música, cantores y misa. Otras huellas de la Virgen en la época colonial las encontramos en el templo de la ex hacienda de Peñuelas, además de algunos bustos en el ex convento de San Diego.

ASIMISMO, EXISTEN otras pinturas de la Virgen en Catedral-Basílica, en el templo del Señor de las Angustias en Rincón de Romos, bustos en la parroquia de San José de Gracia y en la de San José en la ciudad capital, así como los grabados de José Guadalupe Posada y pinturas particulares como la que conserva el licenciado Enrique Rodríguez Varela, cuya imagen probablemente sea del siglo XIX. Lo que hace interesante a esta pintura es que a diferencia de otras imágenes de la Virgen de los Dolores, que se caracteriza por traer clavado un puñal o bien siete cuchillos, mismos que representan los siete dolores de la Virgen, es que la de Rodríguez Varela además del puñal clavado en el pecho, sobre su costado superior izquierdo están representados la escalera con la que subieron los romanos para crucificar a Jesús, así como los clavos y el manto ensangrentado que fue echado a la suerte a través del juego de dados.

PARA EL siglo XIX, según Antonio García Cubas, el altar contenía los siguientes elementos: 1.- Pintura de la Virgen. (Si la imagen era de la Dolorosa, o sea que le faltara el puñal clavado en el pecho, se le ponía un crucifijo de plata o bien una cruz para contextualizar que representaba a la Virgen de los Dolores). 2.- Altar con mesa y cajones acomodados simétricamente. 3.- Cortina blanca en la pared o morada. (El blanco simbolizaba la pena de la Virgen y el morado el luto). 4.-Sobre el cuadro se suspendía un cristo. 5.- Se adornaba con naranjas y banderitas con popotes, y hojitas de plata y oro. (Las naranjas tenían que ser agrias para indicar la amargura de la Virgen y en las banderas la plata simbolizaba la luna o a la Virgen y el oro lo incorruptible o a Dios). 6.- Copas, botellas y vasos de cristal se llenaban con aguas de colores: chía y limón (representaban las lágrimas y amargura de la Virgen), jamaica (la sangre de Cristo), horchata (la pureza de la Virgen) y tamarindo (el vinagre que le dieron los romanos a Jesús cuando dijo: “tengo sed”). 7.- Velas de cera (doce cuando menos y representaban a los 12 apóstoles) adornadas con banderitas de plata y oro. 8.- Ollitas, ladrillos, pinitos y demás figuras de barro sembrados de chía (una vez germinados florecían, adoptaban forma de ciprés y representaban la sabiduría y esperanza de la Virgen). 9.- Platos de lentejas, y trigo. 10.- A los lados las mejores plantas de la casa y al frente salvado, y con pétalos formando el anagrama de la Virgen.

EN AGUASCALIENTES los altares eran similares, pues según Eduardo J. Correa contenían papel dorado o de china y en otros se observan los elementos de la pasión: la escalera, los clavos, la cruz, la corona de espinas y hasta los dados. Asimismo, las naranjas con sus banderitas de papel, ramas de árboles para dar la impresión de estar en el monte Calvario, macetitas de cebada, incienso y velas, que por las noches daban la impresión de que la casa donde estaban los altares se estaba incendiando y por esta razón se le conoció como “los incendios del viernes de Dolores”. Los vecinos llegaban al domicilio donde estaba instalado el altar y preguntaban: “¿ya lloró la virgen?”. Si el anfitrión les decía que sí entonces se les invitaba a rezar y después a tomar una agua fresca y comer una deliciosa cena. Pero si solamente se les invitaba a rezar y no se les ofrecía ni un vaso de agua, entonces los fieles salían corriendo y gritando para que todo el vecindario los escuchara: “en la casa de doña Petra no lloró la Virgen”, “en la casa de doña Petra no lloró la Virgen”…

ESTOS “INCENDIOS” de Dolores fueron prohibidos por la propia Iglesia desde el año de 1753, ya que eran muchos los excesos que se cometían bajo el pretexto de conmemorar a la Virgen, pues además de aguas de sabores los anfitriones ofrecían bebidas embriagantes. También después del rezo se pasaba al “agasajo”: comida en abundancia, bebidas embriagantes, bailes, canto y música. Para la Iglesia eran “malditos incendios”, pues, “antes con las imágenes sagradas de la Santísima Cruz y de María Nuestra Señora quiere el demonio que sean autorizados los vicios, como la embriaguez, la murmuración, los bailes y los demás desórdenes”. Los prohibieron bajo la pena de excomunión, pero la gente siguió montando los altares en sus casas, pero no abrían las puertas y ventanas, sólo así se entiende que continuaran en el siglo decimonónico.

A PRINCIPIOS del siglo XIX la prohibición se había olvidado y los “incendios” eran más alegres, por lo que en 1813 fueron de nueva cuenta prohibidos. Empero, a pesar de dicha prohibición la confección de los altares continuó, incluso después de las Leyes de Reforma que prohibió el culto en los espacios públicos. Todavía a fines del siglo decimonónico se veían altares por diferentes barrios de la periferia de ciudad como en el de Cholula, Guadalupe, el Pueblo, el Estanque y Ojocaliente, así como en algunas vecindades. Sin embargo, esta conmemoración que a través del tiempo se había convertido en una fiesta, para 1908 según la prensa local estuvo desanimada y en 1911 el altar se remitía al interior de la iglesia.

Fuentes:

Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, México, Editorial Porrúa, 1960. Reina A. Cedillo Vargas, “El Altar de Dolores. Rescate Arqueológico de una tradición mexicana”, en Arqueología Mexicana, Vol. XV-Núm. 90. José Antonio Gutiérrez, “Los Incendios del Viernes de Dolores”, en Mascarón, AHEA. “Colección de documentos para la historia de la diócesis de Aguascalientes. Siglo XVIII. Vol. II, México, UAA-OA-UG, 1999. Antonio García Cubas, El Libro de mis Recuerdos, México, Porrúa, 1986. Eduardo J. Correa, Un Viaje a Termápolis, México, ICA, 1992.