El privilegio de la memoria

Por Lenina Nereida Ortiz García

“…no quería devolver la canica aunque no estuviese en sus manos”

“…no quería devolver la canica aunque no estuviese en sus manos”

Pero en las manos
queda el recuerdo de lo que han tenido.

Recuerdo de una piedra
que hubo junto a un arroyo
y que cogimos distraídamente
sin darnos cuenta de nuestra ventura.
-Pedro Salinas

COMO TODAS las tardes después del trabajo, Mauricio caminaba unas cuadras hacia su casa después de bajar del autobús. Todos los días recorre las mismas calles de su barrio, a una hora en la que los niños están comiendo o reposando la comida echados en el sillón mirando la televisión en sus casas. Sus hijos lo esperan para seguir el mismo ritual familiar, y lo reciben cálidamente o simplemente lo ignoran. Esa tarde al doblar en la esquina de su calle, con su paso lento y su mirada perdida en los detalles de las aceras, divisó una canica en una grieta del asfalto. Una canica lapislázuli, brillante, sin abolladuras, probablemente con poco uso debido a la admiración del niño por tan hermoso cristal. Quizá la llevaba siempre consigo, en el bolsillo, para presumirla a sus amigos, pero en un desafortunado descuido salió furtiva de su pantalón, a lo mejor su madre lo apuró en regresar a casa y al tener que correr se le cayó. Quién sabe qué habrá pasado, Mauricio pensó en las posibles causas de la canica aferrada a la grieta.

BAJÓ DE la acera para aproximarse a la canica y se detuvo por un momento, sentía el deseo de recogerla y echarla en su bolsillo como aquellos tiempos de su infancia. Se agachó para recogerla y al extender su brazo sintió el peso de su maletín que cargaba en la otra mano, lo jalaba hacia atrás. ¿Y para qué querría él una canica? Se incorporó sin haberla tocado y continuó caminando, probablemente el niño dueño la encontraría, ¿quién era él para evitarlo?

AL LLEGAR a casa sus hijos se encontraban jugando en la sala, el menor de ellos se aproximó a él, angustiado, le explicaba que había perdido su preciada canica azul, no podía encontrarla, había buscado por toda la casa, en el patio, bajo los muebles, pero no estaba. Mauricio estuvo a punto de decirle que la había visto en la calle, pero un misterioso recelo lo detuvo, sintió que si le decía a su hijo que estaba en la calle, la tendría nuevamente, y más que sentirse reconfortado por dicha situación, se sintió incómodo, no quería devolver la canica aunque no estuviese en sus manos.

MIENTRAS COMÍAN, Mauricio recordaba a ese niño que robaba sus canicas, y el escondite secreto en una fisura de un árbol cercano a su casa, donde introducía sus canicas para que nadie se las robara. Un día el niño ladrón lo siguió hasta su escondite sin que se diera cuenta, y como era de esperarse, a la mañana siguiente sus canicas ya no estaban. Su padre tardó en regalarle otras, así que duró mucho tiempo sin jugar con sus amigos. El recuerdo lo frustraba, pero más aún el hecho de no poder regresar, el hecho de no poder recoger esa canica que ahora era inservible para él. Sí, estaba pensando como un niño.

AL DÍA siguiente al salir de su casa para ir al trabajo dirigió nuevamente su mirada hacia la grieta en el asfalto, seguía ahí la redondez azul profundo. Caminó observándola hasta doblar la esquina. Cómo es que ningún otro niño pudo encontrarla para quitarla de su camino. De regreso la vio de nuevo, la canica se convirtió en un ojo que lo miraba fijamente, parecía implorar que la levantara de ahí, pero Mauricio la volvió a ignorar. Pasaron tres días sin que nadie descubriera la canica, y la ansiedad de Mauricio se acrecentaba, quería patearla lejos, pero algo se lo impedía.

PARA CUESTIONES de amor o desamor a las personas no nos gusta tener el privilegio de la memoria, pero para la infancia sería perder la vida si no la recordamos, y es que no podemos tener la esperanza de ser niños otra vez, pero sí de ver a esas personas que amamos mucho. La canica transportaba a Mauricio a su niñez y no podía hacer nada para evitarlo. En su rutina de siempre, llegó la mañana en la que se sintió decidido, recogería esa canica sin importar su pasado y se la regresaría a su hijo, pero ese día no estaba, la grieta en el asfalto estaba vacía y se veía aún más profunda.

EN SU REGRESO, su hijo pequeño lo recibió alegremente, con la canica en sus manos, la había encontrado, Mauricio se sorprendió un poco y sonrió, su hijo no tendría el terrible recuerdo de haber perdido su canica azul. Mientras comían quiso platicarles su historia sobre el niño ladrón de canicas.