Religión y Muerte en México

Por Daniela Itzel Domínguez Tavares

Detalle de un altar en el Palacio Municipal de Puebla, 6 de noviembre de 2017 (Foto: Daniela Itzel Domínguez Tavares)

Detalle de un altar en el Palacio Municipal de Puebla, 6 de noviembre de 2017 (Foto: Daniela Itzel Domínguez Tavares)

Zan yuhqui tlacuilolli

ah tonpupulihui.

Zan yuhqui xochitl

in zan toncuetlahui

ya in tlalticpac.

[…]

¿Can nelpa tonyazque,

in aic timiquizque? (1)

EN LOS últimos días del mes de octubre e inicios de noviembre aflora una de las tradiciones sincréticas más importantes para la cultura mexicana. Papel de colores, flores de cempasúchil, altares, calaveras, dulces y ofrendas que son enlace con nuestros muertos y con el pasado prehispánico. A pesar de ser una celebración donde la figura principal es la muerte y las personas que ya no están entre nosotros, la tristeza no tiene un lugar especial. Para las culturas prehispánicas la muerte representaba un paso necesario dentro del tránsito de la vida y aunque después de la Conquista se buscó el predominio de la religión católica, el arraigo de los indígenas a las tradiciones mortuorias nunca dejó de existir y pasado el tiempo se agruparon para dar vida a una de las tradiciones más representativas de México.

FUE EN siglo XVI cuando por vez primera se encontraron dos formas diferentes de ver la vida y la muerte, la eterna dualidad que encausa las religiones y algunos de sus ritos. En 1521 cuando Hernán Cortés estaba en la gran Tenochtitlán estuvo entre los templos de Tláloc y Huitzilopochtli no sin asombrarse por la cercanía y la aceptación de la muerte que tenían los nativos. Según la crónica de Bernal Díaz del Castillo el asombro y terror de los españoles fue evidente cuando encontraron el tzompantli más importante de la ciudad. Una serie de cráneos acomodados en una extensa pared como muestra de los sacrificios hechos a los dioses. Los aztecas no fueron la única civilización americana que hizo de la muerte un ritual religioso y político. Desde los mayas y los toltecas hasta las civilizaciones en Brasil, (2) la muerte representaba el momento que unía dos mundos.

DESDE LUEGO conocemos la historia después de la llegada de Hernán Cortés y sus tropas a Tenochtitlán; la Conquista no fue sólo militar sino un complejo proceso religioso que acercó y contrapuso dos religiones. Los indios ya no sólo tenían representaciones de dioses de la lluvia o la guerra sino que se encontraron con la representación de un Dios repartido o representado en tres formas diferentes (Trinidad) y lo más interesante, una representación de la muerte llena de castigos y eternos sufrimientos. Dominicos, franciscanos, jesuitas y agustinos se encargaron de encausar la fe los indios no sin dejar registro escrito de la increíble y diversas formas religiosas que seguían sobreviviendo así como de las similitudes entre la religión nativa y la europea:

“LOS MISIONEROS no se dejaron impresionar por las analogías que comprobaron entre los ritos y creencias indígenas y los del catolicismo: ayunos y abstinencias, monasterios, ceremonias que parecían estar relacionadas con el bautismo y la comunión, ciertas formas de confesión, etc.” (3)

ASÍ, DESDE 1521 y al pasar los siglos sucedió que el catolicismo se afianzó entre la población mexicana pero a la par, en las comunidades indígenas, seguía sobreviviendo el pasado prehispánico por medio de los rituales en el mes de noviembre. En este mes se festejaba el término del ciclo anual del maíz pero también se organizaban las ofrendas de muertos, para todos aquellos que se encontraban en el Mictlán.

LA CELEBRACIÓN del día de muertos es una expresión cultural que evidencia el sincretismo y diversidad de nuestro país, pero también es un recordatorio de la importancia invaluable de los pueblos indígenas. No sólo en estos meses se debería enaltecer nuestro pasado prehispánico. La historia de México así como de los movimientos sociales, la política y el el folclor mexicano no tienen explicación sin la participación indígena, la intervención de los hijos de Huitzilopochtli. Carlos Pellicer apuntaba en su poema “Discurso por las flores” que El pueblo mexicano tiene dos obsesiones: el gusto por la muerte y el amor a las flores, pero no sólo eso, tiene gusto por los tránsitos espirituales, lo desconocido, los dioses, la guerra florida, el placer, el pulque, la guerra y la pasión que despierta la solemne naturaleza.

Notas

  1. Como una pintura/ nos iremos borrando./ Como una flor/ nos iremos secando/ aquí sobre la tierra.

[…] ¿A dónde iremos donde la muerte no exista?/ Mas ¿por eso viviré llorando?/

León Portilla, Miguel. 2008. La tinta negra y roja. Antología de poesía náhuatl. España: ERA, Galaxia Gutenberg, p. 35.

  1. Marvin Harris. Agosto 2010. “El reino caníbal I”, Algarabía, 71, pp. 104-109.
  2. Delumeau, Jean. 1978. El miedo en Occidente. (Siglos XIV.XVIII) Una ciudad sitiada. España: Taurus. p. 397.