Memorias y Anécdotas de una Vida

Por Carlos Alberto Sánchez Villegas*

Otoño de Bristol, de Leonid Afremov

Otoño de Bristol, de Leonid Afremov

SENTADO EN la banca de aquel parque el viejo recordaba todos los pasajes de sus 78 años, los largos caminos que recorrió y las decisiones que algún día había tomado. Como una rutina inquebrantable había visitado ese parque cada tarde desde hace cinco años. No tenía mucho que hacer, nadie lo esperaba en su casa, tenía décadas que vivía solo, pero eso fuera de entristecerlo le hacía la vida más sencilla.

 AMABA LA singularidad de las cosas pequeñas, para él cada detalle por más minúsculo que fuera contaba. A diferencia de otros hombres de su edad no había perdido el hábito del sueño, disfrutaba despertar ya entrada la mañana y beber su café con el mediodía, no necesitaba de lentes para leer su periódico diario, ni algún párrafo o verso que se desprendiera de sus libros. Era un hombre pulcro y serio que engañaba a la vejez en muchos aspectos.

 SOBRE SU escritorio se encontraba una pequeña libreta roja donde anotaba los sucesos más importantes de sus días o algún recuerdo suelto de sus memorias, nunca cultivó la poesía o el verso, aunque disfrutaba mucho leerlos, no, para él todo se limitaba a sus memorias y vivencias, dejaba la belleza de las letras para otra persona con más sentido de la estética. Era un hombre de extraordinaria, lo único que lamentaba era que con su muerte algún día todo se perdería.

 CUANDO EL sol comenzaba a caer tomaba su sombrero y su reloj de mano y se dirigía a la calle, a unas cinco cuadras se encontraba ese parque público que tanto visitaba, siempre el mismo camino, siempre la misma banca alejada de las demás, incluso de aquellos de su misma edad que también frecuentaban y se reunían en el parque por las mismas horas. Prefería el ruido de la soledad, la complejidad de la naturaleza. En su juventud siempre fue juzgado por sus acciones, nunca fue entendido por aquellos que más quería, sus padres y sus hermanos, por eso a esta edad prefería estar solo y estar rodeado tan solo de aquello que no podía juzgarlo.

 TODO LO anterior tampoco convertía a nuestro personaje en un ermitaño ni en un ser antisocial. En ocasiones nuestro amigo recibía visitas en aquel jardín, en su mayoría jóvenes y niños a los que les causaba cierta curiosidad por su seriedad, tal vez en su interior sentían algún pesar como el viejo lo sintió de joven, de cualquier manera, él les regalaba lo único que tenía a su alcance, trozos de su memoria.

 EN ESTAS pláticas y conversaciones aquel viejo encontró una pequeña manera de que sus historias y anécdotas vivieran mediante otras personas. Personas llenas de malas decisiones, personas que se sentían solas encontraban algo de paz en aquellas historias, sobre todo, hallaban una especie de consuelo e identificación. Eso llenaba sus días, su existencia, o lo que quedaba de ella.

 DÍA TRAS día las tardes de pláticas se sucedían, cada noche regresaba a su casa agotado pero satisfecho de poder transmitir todo aquello que vivió al final del día solo lo esperaba su taza de café y alguna que otra lectura pasajera y la sensación de que en cualquier momento podía partir sin el miedo de quedar enterrado por el olvido.

 *Historiador, escritor y columnista. Egresado de la Universidad Autónoma de Aguascalientes.