El Largo Viaje del Petirrojo

Por Carlos Alberto Sánchez Villegas

Petirrojo y castaño de indias II, de Charlotte Adde

Petirrojo y castaño de indias II, de Charlotte Adde

EL DÍA estaba llegando a su apogeo mientras el viento mecía las ramas de aquellos grandes castaños y robles. El silencio daba una tranquilidad especial a aquel pequeño lugar apartado donde el hombre nunca imponía su presencia. Las nubes se desplazaban con gran velocidad en ellas se alcanzaba a ver una cierta oscuridad que presagiaba la llegada del agua.

EN UN RIACHUELO cercano y rodeado de grandes árboles, un petirrojo se afanaba en beber un poco de agua, estaba cansado de tanto volar, de tanto buscar, aunque lo que más le preocupaba era esa búsqueda sin sentido, sin saber a ciencia cierta qué es lo que esperaba descubrir.

NO RECORDABA cuánto tiempo había surcado entre las nubes, sólo tenía presente que habían pasado muchos días y noches desde que abandonó el nido de sus padres, y en ese momento es cuando volvía a surgir la misma pregunta que inundaba su corazón; había salido en busca de algo, lo había abandonado todo, pero aún no sabía de qué se trataba.

EN SU VIAJE había descubierto cosas increíbles. En alguna ocasión al volar bajo pudo observar un gigantesco monstruo que se abría paso en medio del bosque, parecía una larga serpiente y de sus fauces arrojaba una gran cantidad de humo, ese estruendo siempre iba a resonar en su cabeza toda su vida. En otro momento visitó aquel gran lugar donde habitaba el llamado ser humano, no tardó mucho en agotarse de ver tanto ajetreo y movimiento, prefería por mucho la calma de los bosques y campos.

MIENTRAS MEDITABA en esto se posó en la rama de un viejo roble, estaba agotado, pero además había visto caer las primeras gotas de lluvia, en un momento de su viaje había intentado atravesar una densa tormenta, pero su búsqueda y su vida casi terminaban en ese instante, por eso decidió en esta ocasión descansar un rato y aguardar el término de la precipitación. Pasó casi toda la tarde sin que se detuviera la lluvia, pero antes del atardecer al fin dejó de caer agua; la pradera y vegetación estaban llenas de brisa, el petirrojo pensó en continuar su trayecto, pero se percató de que la noche estaba a punto de hacer su arribo.

LA NOCHE era algo que imponía respeto y temor a su ser, cuando volaba en medio de la oscuridad podía percibir a todas esas criaturas que deambulaban a la espera de su presa, pero a la vez cuando descansaba en alguna rama en medio de la noche sentía la protección y la maravilla de las estrellas. Ahora lo único que importaba era dormir un poco, descansar algo antes de partir nuevamente en la mañana. El cansancio poco a poco fue haciendo efecto, nuestra querida ave cayó en un profundo sueño.

A LA LLEGADA del día, la brisa lo seguía cubriendo todo, era una mañana despejada con muy pocas nubes en el horizonte, nuestro amigo emprendió el vuelo buscando aquello que aún no conocía. Los días de intensa lluvia habían llenado de verde todos los campos, además los ríos corrían con más intensidad. De todos estos cambios el petirrojo se había dado cuenta, también había notado que cada día crecía más, ya no era el mismo pequeño que había estado en ese nido junto a sus padres; ahora recorría el mundo por sí mismo, todo se encontraba bajo sus alas, podía ir a cualquier lugar que él quisiera.

TODO ESTE largo viaje lo había ayudado a conocerse a sí mismo, conocer todo aquello de lo que es capaz de hacer, de hasta dónde puede volar, y descubrió que el límite tan sólo lo imponía él mismo. Bajó cuando era mediodía a buscar algún alimento, en el suelo, bajo las cortezas de los árboles y bajo la sombra descubrió que había más como él y otras aves de distintos colores y tipos, no todas eran tan amables como esperaba, pero así tuvo más conocimiento de todo lo que le rodeaba.

OTRO RECUERDO grato de esta larga odisea eran los atardeceres. Muchas ocasiones se descubría observando cómo la luz iba cambiando su tonalidad a su alrededor, todo el horizonte reflejaba un color dorado, y ésta era su hora preferida para mantener su vuelo. Después al caer la noche su atención se centraba en encontrar algún lugar para descansar, esto bajo el brillo temprano de las constelaciones que siempre parecían proteger su actuar.

LOS DÍAS y las semanas iban pasando y él aún no descubría aquello que anhelaba tanto, la desesperación apareció en sus alas y se traducía en un batir cada vez más rápido. Cómo podía simplemente conocer y saber tanto sin encontrarse con todo lo que quería.

CADA DÍA que pasaba se detenía a pensar en esta situación. Sus lugares favoritos eran aquellos apartados y solitarios donde ni el viento podía interrumpir sus reflexiones. Uno de esos tantos días un humo que ascendía a los cielos llamó su atención; se posó en una rama cercana y descubrió la cabaña de un hombre solitario, éste parecía ser muy viejo ya que se desplazaba con mucha dificultad, aquel viejo sostenía una canción e interpretaba canciones agradables a la naturaleza. En ese momento el petirrojo entendió al ritmo de las melodías que su búsqueda había hecho efecto mucho tiempo antes, el tiempo le había dado sabiduría y conocimiento del mundo, y eso es todo lo que su ser había buscado desde el principio.